domingo, 10 de junio de 2012

Ancient tales: la puta mili (de papa)

Empezaré este post confesando que yo no he recibido el honroso adiestramento armamentístico y militar obligatorio en Eeeppppaaññaaaaa! tengo que admitir que estuve pidiendo prórrogas covardemente hasta que cierto enano gilipollas profesor de Georgetown decidió retirar su obligatoriedad en este país.

Pero eso no significa que no conozca el tema, y no por haber leído mil historias de Ivá, que también, si no porque mi padre ha compartido con la familia (para su desgracia) unas cuantas historias durante nuestra infancia y juventud tan épicas y tan profundas como la saga de Juego de Tronos.

Al grano, debido a la desmesurada pasión que profesa mi padre a las historias que le sucedieron en la PUTA MILI he decidido recopilarlas aquí con el objetivo de pute... compartir estas anécdotas tal y como me putea... las explicaron a mí.



Para poneros en situación os diré que mi padre realizó el servicio militar en el glorioso cuerpo de caballería español, aunque para ser sinceros no es que cargase contra el enemigo con gallarda figura mientras posaba para un cuadro ecuestre, sería más exacto decir que cuidaba las cuadras, pero para mí eso no le quita ni un ápice del honor que significa servir en tan insigne (y desfasada) unidad de combate.

1st TALE PÍNCHALE

Parece ser que en una ocasión un gallardo (sí, me encanta esta palabra) y ocioso oficial de caballería quería pasar revista a todos los animales de la cuadra, y los soldados como mi padre, para facilitar la inspección, debían mantenerlos fuera de sus cubículos hasta que pasara el gallardo oficial.

Mi padre tuvo la mala suerte de que le tocase un caballo díficil, "tocacojones" como le gusta a él etiquetar, así que muy puesto en su papel el caballo no se mantenía en su sitio y moviéndose hacia atrás no había quien lo mantuviese fuera.

Mi padre, en un acto sin precedentes para el ejército, concibió un plan realmente inteligente. Le dijo a un compañero que se pusiera por detrás del caballo y a continuación le gritó: "¡Pínchaleeee!" y su amigo lo pinchó con una aguja que llevaba encima.

Contra todo pronóstico la idea de mi padre funcionó de maravilla y el caballo "como un señorito" se colocó en su lugar. Aquí, mi señor padre, para enfatizar el movimiento del caballo, hace un gesto de caderas y hombros que ya lo hubiera querido Elvis "la pelvis" Presley.

Pero al cabo de poco tiempo el animal volvió a moverse hacia detrás y mi padre, que no es ingeniero de cohetes pero tampoco tonto, dedujo que lo que había funcionado una vez, bien podría hacerlo otra. Así que ni corto ni perezoso le dijo a su compañero otra vez: "¡Pínchaleeeeeee!" su compañero repitió alegremente el pinchazo ¡y volvió a funcionar! el caballo con paso elegante se volvió a colocar donde debía.

Pero como aquel animal era muy terco(todavía no conocía al que le sujetaba las riendas), se movió de nuevo hacia detrás y mi padre, con la seguridad en su capacidad para resolver temas espinosos, le dijo a su compañero de nuevo: "¡¡¡Coño, pínchaleeeeeeeee fuerte!!!", algo que el infeliz acompañante no dudó ni un segundo en hacer.

"- Y entonces ¡¡¡¡¡PAAAAAAAAAMMMMMMMMMM!!!!!"

Es en este punto de la historia cuando mi padre pierde toda compostura. Entre risas estentóreas explica de forma incoherente (la mayoría de la información tienes que intuirla) que el animal, al sentir el tercer pinchazo, soltó una fantástica COZ a su compañero que fué a impactar en la pierna.

Lo último que explica es que se llevaron a su amigo en camilla, y siempre riendo (mi padre es así) continúa diciendo que el pobre tipejo tenía la pantorrilla del tamaño de un balón de fútbol y aquí es donde a mi padre se le saltan las lágrimas de la risa... mientras con las manos hace ver a los espectadores el tamaño que había llegado a tener esa desdichada pierna.

Teniendo en cuenta que él fué el verdadero culpable del terrible dolor que sufrió su compañero no tiene especial remordimientos en contarlo. Y reírse a carcajadas mientras lo hace.

FIN de la primera historia


Para llegar a sentir esta historia como yo la he sentido, para que tengáis una ligerísima noción del sentimiento que me invade al oírla again and again and again, algo ínfimo comparado con la realidad, tenéis que leerla 7 veces seguidas y por último pedirle a alguien que se parezca a Joffrey Baratheon que os la cuente una vez más...


Pero para verificar si efectivamente es graciosa esta anécdota para aquel que la escucha por primera vez vamos a ver un par de vídeos...





Mmmmmmmm, pues sí, me parece que puede llegar a ser bastante graciosa.


¡Hasta la vista frikis!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una coz en semblante ajeno siempre es graciosa !

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